miércoles, 6 de octubre de 2010

Literatura electrónica (I)

Cuando llega el esperado verano, solemos cargar nuestras maletas con uno, dos, tres o incluso más (dependiendo de la voracidad lectora de cada uno) mastodontes literarios que pasan de las quinientas páginas, confiando en disfrutar de lo nos ha sido privado durante el intenso y monótono frenesí del invierno. Se forma en la imaginación una estampa poética: una playa solitaria sólo límitada por un horizonte de azules; la piel excitada por la caricia salada de la brisa y el beso cálido del sol (en estos tiempos, cabría decir más bien, mordisco; ¡poneos siempre crema!); un buen libro entre las manos y el tiempo entero a mi disposición.
Claro que la experiencia se encarga de deshacer la imagen lírico-marítima y llevarla a lo suyo: el terreno de lo real: la playa está a reventar de gentes, latas de cerveza, colillas y tortillas. Su arena resulta ser una alegorìa de la metáfora del precio del metro cuadrado: es casi imposible establecerse sobre la propia toalla. La piel suda. La crema solar se hace ungüento sobre nosotros. Nos rebozamos poco a poco de arenilla cálida (eso sí) y húmeda (esto también) que nos va salpicando, empelida por simpáticos pies de agrios playeros que nos odian porque ya nuestra toalla descansa en la arena y nosotros sobre ella. Resulta que miramos el reloj y sólo resta media hora para ir a hacer la compra, la comida o a comer, en el mejor de los casos. Y es que estamos a disposición del tiempo. Pero ha llegado el momento. Sacamos de la bolsa nuestro incunable y comenzamos a leer. "Capítulo uno. ¿Por qué hay algo y no más bien nada?" ¡¡Guauu!! Juraríamos que la lectura había resultado de nuestro interés en algún momento de nuestra biografía reciente. Pero... ¿qué sucede ahora? ¿Por qué no estamos disfrutando, y más aún, comprendiendo, nuestro amado libro? Nuestras manos -pringosamente- cremosas protegidas del sol hasta el 30 o el 40 van pasando las páginas. Las partículas de arena de nuestras yemas van quedando entre las hojas, y a ellas hay que sumar las disparadas por los piececillos simpáticos que tratan constantemente de colonizar una parcela. En esta espiral de apasionante lectura, nuestro libro va doblando el volumen y en consecuencia su masa. Las quinientas páginas cuestan cada vez más de sostener conforme el calor nos debilita y el peso del objeto libro aumenta exponencialmente. No estamos disfrutando. Definitivamente no. Así que hacemos gala de nuestra condición de personas precavidas y sacamos de nuestra bolsa otro libro: "Los nobles e innobles validos", de Vaca de Osma, a ver si mejora en algo el ejercicio de nuestra liberación playero-literaria.
Aunque, como autor de la historia, os avanzo que no lo hará. Entre otras cosas porque si lo hiciese no me serviría para exponer una idea que trataré de desarrollar en las siguientes entradas: en determinados espacios (reducidos, arenosos :) ...), en función de nuestra capacidad de movilidad en ellos (una toalla playera, pero pensemos ahora también en las discapacidades), o ante las dificultades de carga y manipulación (manos pringosas de bronceador, situación de recuperación de una intervención...), el ejercicio de la lectura puede ser más bien una pequeña tortura. En los primeros párrafos lo he abordado con sentido del humor, pero he vivido momentos en que apenas podía sostener un libro entre mis manos y la lectura parecía ser el único (o casi) refugio. Entonces lo solucioné cambiando de libro, pasando a uno más pequeño y manejable. Me sirvió, a pesar de que todavía me era difícil pasar las páginas. Pero en el presente, un dispositivo electrónico de lectura (conocido también como e-reader, o libro electrónico) es capaz de aportar muchas ventajas a las personas que transitoriamente o de manera crónica, padecen algún tipo de problema físico que les dificulta la lectura. De todo ello me propongo hablar en las próximas entradas. Y para apaciguar mi relación con la playa y los playófilos:

Retornos del amor tal como era.

Eras en aquel tiempo rubia y grande,

sólida espuma ardiente y levanta
Parecías un cuerpo desprendido
de los centros del sol, abandonado
por un golpe de mar en las arenas.

Todo era fuego en aquel tiempo. Ardía
la playa en tu contorno. A rutilantes

vidrios de voz quedaban reducidos
las algas, los moluscos y las piedras
que el oleaje contra ti mandaba.

Todo era fuego, exhalación, latido
de onda caliente en ti. Si era una mano
la atrevida o los labios, ciegas ascuas,
voladoras, silbaban por el aire.
Tiempo abrasado, sueño consumido.

Yo me volqué en tu espuma en aquel tiempo.

Rafael Alberti